Nos quedan quince días (dos semanas mal contadas) para que
nuestro esperado concurso comience. Días en los que ya se empiezan a sentir los
nervios por la puesta en venta de las entradas para preliminares, por los
cotilleos de los grupos, porque las teorías sobre el tipo de unos y otros empiezan
a debatirse aún más si cabe. Días en los que nos dormimos añorando que se acabe
una cuenta atrás que se nos hace ya demasiado larga a los carnavaleros
jartibles que vivimos de este veneno todo el año, que nos alimentamos de él y
soñamos con él.
Y yo me pregunto, ¿cómo explicarle esta sensación a los
carnavaleros “de temporada”? ¿Cómo hacerles entender que para nosotros febrero
no es un simple mes, sino el fin de semana de nuestro año? Y a esos que solo
escuchan carnaval cuando lo emiten en la televisión, ¿cómo le hacemos ver que
el carnaval no es solo un mes, sino que dura 365 días? (366 los años
bisiestos).
Pero sobre todo, ¿cómo explicarle a alguien que no ha pisado
Cádiz que entrar allí es salir de tu mundo de miseria, penas y problemas, y
entrar en un mundo donde los sentidos se llenan de magia?.
Cádiz, esa lengua de tierra conformada por una avenida que
actúa de alfombra roja, guiando a los forasteros hasta unas murallitas de
piedra, unas Puertas sin llaves, sin cerradura y sin timbre, que ponen fin a
Cádiz e invitan a entrar en Cai, que no es lo mismo. Y ya allí sabes que
saldrás enamorado de ese pequeño espacio, enlazado por plazas, iglesias, peñas
y monumentos. ¿Perderse en Cai? Imposible. No porque sea muy pequeñita y
coqueta, sino porque es imposible sentirse perdido mientras en cada callejuela
descubres algún rinconcito mágico. Y ya, callejeando o andando por ese Campo
del Sur de las coplas, de las mareas y del salitre, llegas al Falla. Al teatro
de inspiración árabe en su fachada, el teatro de los ladrillitos coloraos, el
que es abrazado por colas cada enero.
Y entonces, entras en él. Y es inevitable, sea la primera
vez que entras, o la penúltima, mirar arriba, al techo que lo cubre, y pensar “si
existe el cielo, debe ser así, de tonos pastel y de angelitos sonrientes”. E
inspiras, y huele a madera, a tapicería limpia, a purpurina de otros tiempos y
a coloretes. Y tocas, y percibes el nerviosismo de las personas que lo llenaron
en el pasado, y sientes sus carcajadas y sus lágrimas. Y paladeas, y saboreas
coplas añejas que saben a erizos, a ostiones, a Caleta, a Viña y a 3x4.
Y entonces se apagan las luces, se abre el telón y escuchas.
Y escuchas sones añejos, innovadores, de pellizco, de platillo y de porrazo.
Voces que cantan al compás, y corazones que sienten a la vez. Y ahí comprendes
el porqué Cádiz es mágico y el carnaval nace, crece y se reproduce cada año
allí.
Nunca una espera mereció tanto la pena ;)
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