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jueves, 16 de enero de 2014

Cuenta atrás por @ChicaCualquiera

Nos quedan quince días (dos semanas mal contadas) para que nuestro esperado concurso comience. Días en los que ya se empiezan a sentir los nervios por la puesta en venta de las entradas para preliminares, por los cotilleos de los grupos, porque las teorías sobre el tipo de unos y otros empiezan a debatirse aún más si cabe. Días en los que nos dormimos añorando que se acabe una cuenta atrás que se nos hace ya demasiado larga a los carnavaleros jartibles que vivimos de este veneno todo el año, que nos alimentamos de él y soñamos con él.

Y yo me pregunto, ¿cómo explicarle esta sensación a los carnavaleros “de temporada”? ¿Cómo hacerles entender que para nosotros febrero no es un simple mes, sino el fin de semana de nuestro año? Y a esos que solo escuchan carnaval cuando lo emiten en la televisión, ¿cómo le hacemos ver que el carnaval no es solo un mes, sino que dura 365 días? (366 los años bisiestos).

Pero sobre todo, ¿cómo explicarle a alguien que no ha pisado Cádiz que entrar allí es salir de tu mundo de miseria, penas y problemas, y entrar en un mundo donde los sentidos se llenan de magia?.

Cádiz, esa lengua de tierra conformada por una avenida que actúa de alfombra roja, guiando a los forasteros hasta unas murallitas de piedra, unas Puertas sin llaves, sin cerradura y sin timbre, que ponen fin a Cádiz e invitan a entrar en Cai, que no es lo mismo. Y ya allí sabes que saldrás enamorado de ese pequeño espacio, enlazado por plazas, iglesias, peñas y monumentos. ¿Perderse en Cai? Imposible. No porque sea muy pequeñita y coqueta, sino porque es imposible sentirse perdido mientras en cada callejuela descubres algún rinconcito mágico. Y ya, callejeando o andando por ese Campo del Sur de las coplas, de las mareas y del salitre, llegas al Falla. Al teatro de inspiración árabe en su fachada, el teatro de los ladrillitos coloraos, el que es abrazado por colas cada enero.

Y entonces, entras en él. Y es inevitable, sea la primera vez que entras, o la penúltima, mirar arriba, al techo que lo cubre, y pensar “si existe el cielo, debe ser así, de tonos pastel y de angelitos sonrientes”. E inspiras, y huele a madera, a tapicería limpia, a purpurina de otros tiempos y a coloretes. Y tocas, y percibes el nerviosismo de las personas que lo llenaron en el pasado, y sientes sus carcajadas y sus lágrimas. Y paladeas, y saboreas coplas añejas que saben a erizos, a ostiones, a Caleta, a Viña y a 3x4.

Y entonces se apagan las luces, se abre el telón y escuchas. Y escuchas sones añejos, innovadores, de pellizco, de platillo y de porrazo. Voces que cantan al compás, y corazones que sienten a la vez. Y ahí comprendes el porqué Cádiz es mágico y el carnaval nace, crece y se reproduce cada año allí.


Nunca una espera mereció tanto la pena ;)

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