En mi anterior artículo os hablé del pasodoble chirigotero clásico y pedí a los autores un esfuerzo para mantener este arte para que no se nos pierda. Os lo recuerdo porque quizás os pueda resultar algo contradictorio mi artículo de hoy, pero no es así. Siempre he sido un defensor a ultranza de la variedad, tanto de gustos como de estilos. La riqueza de nuestro carnaval se encuentra en ese amplio abanico que hace que haya de todo para todos. Es una pena que algunos no compartan esta forma de pensar.
El mundo de la chirigota, a priori sano, desenfadado, liberal, etc, no es tan de color de rosa como se quiere aparentar. En la chirigota también hay envidias, rencores, revanchismo, malas artes y puñaladas. Quizás esa faceta esconda tras la otra careta del carnaval, la sonriente, pero existir existe. Vaya que si existe...
Yo, que todavía era un chaval, no entendía por qué tanta malafollá. Recuerdo la inmensa sopresa cuando cantaron el primer día y como las carcajadas resonaban por la casa de mi madre cuando escuchábamos esta chirigota en nuestra vieja radio canaria. De verdad que no entendía como después del buen rato que echamos con "Los sanmolontropos", en la calle se escucharan comentarios del tipo "eso no vale ná, home" o "pa echarlos, yo los echaba, eso no es chirigota ni ná". Tales argumentos eran esgrimidos por auténticos eruditos de la fiesta con los ojos inyectados en sangre y apretando los puños. Seguramente, si cualquiera de ellos se encuentra a la mujer con el butanero se lo toma con mejor humor, pero estamos hablando del compás chirigotero de Cadi, Cadi, y pobre del que se atreva si quiera a rozarlo. El colmo de de los colmos fue cuando abuchearon a esta chirigota haciendo pasacalles caminito del Andalucía.
Esto no es más que un ejemplo del talibanismo carnavalero. Hay chirigotas surrealistas que son geniales y que te hacen partirte de risa toda la actuación. ¿Cómo se puede ser tan cerrado y tan intransigente con algo que te está divirtiendo?
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